sábado, 9 de junio de 2007

CARLOS ASTRADA


Carlos Astrada Filósofo

Nació en Córdoba (Argentina) el 26 de febrero de 1894.
Murió en Buenos Aires el 23 de diciembre de 1970.

Carlos Astrada fue uno de los filósofos argentinos más destacados del siglo.

Nacido en la capital cordobesa en 1894, cursó estudios secundarios en el Colegio Nacional de Monserrat y los universitarios en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba. En el año 1926, con el ensayo El problema epistemológico en la filosofía actual, Astrada obtuvo una beca de perfeccionamiento en Alemania. En aquel país, en el que permaneció cuatro años, estudió en las universidades de Colonia, Friburgo y Bonn, bajo el magisterio de Max Scheler, Edmund Husserl, Martin Heidegger y Oscar Becker.
Previamente, había dictado cursos de Psicología en el Colegio Nacional de La Plata (1921) y dirigido la Librería y Publicaciones de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba (1922-1925). Además, ya había escrito varias obras de índole filosófica.

Cuando regresó de Alemania, fue designado encargado de Publicaciones y Conferencias en el Instituto Social de la Universidad del Litoral (1933-1934) y comenzó una vasta carrera docente en distintas unidades académicas del país: fue profesor adjunto y extraordinario de Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1936-1947); profesor titular de Ética en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata (1937-1947); profesor titular de Filosofía en el Colegio Nacional de Buenos Aires (1939-1949); profesor titular de Gnoseología y Metafísica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1947-1956); director del Instituto de Filosofía de la misma Facultad (1948-1956), etc.

En la dirección del Instituto de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, Astrada dio vida a los Cuadernos de Filosofía, una destacada publicación destinada a hacer conocer en el país los textos más importantes de diversos pensadores de la escuela clásica alemana y contemporánea, y de la filosofía en general.
Regresó a Europa en 1952. Entonces, Astrada realizó una serie de conferencias en la Universidad de Roma (donde trato el tema: Hacia un humanismo de la libertad); en la Facultad de Filosofía de Torino (Italia), en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Friburgo (Alemania), en donde desarrolló seis conferencias sobre el tema Un humanismo existencial y sobre Los orígenes de la cultura argentina y el romanticismo alemán; en la Universidad de Heidelberg y Kiel, en la Casa de la Técnica de Essen y en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hamburgo.

De vasta proyección internacional, la labor de Astrada estuvo presente en numerosos congresos científicos nacionales e internacionales: el Primer Congreso Nacional de Filosofía de Mendoza (1949); el Congreso de Filosofía de Lima (1951); Congreso de Filosofía de San Pablo (1954); el Congreso de Psicología de Tucumán (1954); la Octava Reunión de la UNESCO (1955); y el V Congreso Latino-Americano de Sociología (1959), entre otros.
Entre sus publicaciones más destacadas, se pueden mencionar: Hegel y el presente (1931), El juego existencial (1933), Goethe y el panteísmo spinoziano (1933), Idealismo fenomenológico y metafísica existencial (1936), La ética formal y los valores (1938), El juego metafísico (1942), El pensamiento filosófico-histórico de Herder y su idea de humanidad (1945), Nietzsche, profeta de una edad trágica (1946), Ser, humanismo, existencialismo (1949), La revolución existencialista (1952), Hegel y la dialéctica (1956), El marxismo y las escatologías (1957), Marx y Hegel (1958), Humanismo y dialéctica de la libertad (1960), Nietzsche y la crisis del irracionalismo (1961), La doble faz de la dialéctica (1962), Fenomenología y praxis (1967), La génesis de la dialéctica (1968), Dialéctica e historia (1969), Martín Heidegger (1970), etc.

En 1955, con la "Revolución Libertadora" que derrocó a Perón en marcha, Astrada perdió todos sus cargos docentes. Viajó a la entonces Unión Soviética en 1956 y dictó cursos y conferencias en Moscú.
Al año siguiente, viajó a China, donde, en el Instituto de Filosofía de Pekín, conferenció sobre La dialéctica de la simultaneidad de las contradicciones. De allí, marchó nuevamente a Europa, y expuso sus conocimientos en Moscú, a través de una disertación sobre El racionalismo, la paz y la democracia.

Vuelto al país, en 1959 regresó a los claustros, como Profesor de Sociología y Lógica en la Universidad Nacional del Sur (1959).

Luego, continuó su producción escrita, hasta diciembre de 1970, cuando falleció en la ciudad de Buenos Aires

viernes, 8 de junio de 2007

Raúl Matera



El 17 de octubre de 1945 se produjo uno de tos hechos fundamentales de la Argentina contemporánea; el reencuentro de las masas populares con la Nación. Minimizar el 17 de octubre, hasta el punto de convertirlo en un resultado accidental y sin sentido de una confluencia de factores caprichosos o aleatorios, solo puede ser fruto de una actitud bélica o de una embestida irracional que perturbe el juicio y enturbie el espíritu.
El 17 de octubre de 1945 fue producto de lealtades esenciales, gestadas y desarrolladas en el seno del pueblo; jamás de las irresponsabilidades o de la audacia de nadie. Fue el producto político y social de muchos, de miles de argentinos, que venían desde el fondo de la historia con una dura carga de frustraciones e injusticias a cuestas. Nunca la aventura exitosa fundada en la audacia o el disparate.
Quienes, seducidos por un novedoso anacronismo o perturbados por su instinto irracional, vienen hoy a replantear la antinomia peronismo-antiperonismo y a extrapolar los acontecimientos de su propio momento histórico, dejan afuera al verdadero protagonista, el pueblo, representado en octubre por esos "descamisados" que confluyeron sobre la Plaza de Mayo como otras veces, a lo largo de nuestra historia.
En el desarrollo de los acontecimientos hubo quienes tienen nombre y apellido para la historia. Primero entre todos, el de Eva Perón, de quien el líder del Movimiento Nacional dije que en poco tiempo colocó una carga explosiva en el alma de la Nación. Pero no hubo milagros ni fortuitas epifanías en la histórica jornada del 45. Sí hubo, entonces, quienes se asombraron de ver por el centro de Buenos Aires algo para ellos inexistente jamás visto en su escenario de minoría oligárquica: esos representantes de la Argentina sumergida que buscaban su líder, hacía poco surgido de la institución militar. A su lealtad y naciente conciencia política se debió esa marcha sobre la Plaza de Mayo que hoy todavía parece asombrar a algunos pocos, resabiados con la misma incredulidad de hace 27 años.
Los que hoy minimizan el sentido y contenido del 17 de octubre parecen olvidar que dicho acontecimiento dio capacidad de maniobra y consolidó al único gobierno militar de este siglo que produjo cambios sociales y culturales en la Argentina; y que esto pudo ocurrir no por el aislamiento o el sectarismo de las Fuerzas Armadas, sino por su reencuentro con el pueblo en sus más multitudinarias expresiones.
¿Es que se teme, acaso, un nuevo 17 de octubre, con cantos y gritos argentinos, que haga peligrar estados e intereses minoritarios tan ciegos y sin patria como aquellos que se aliaron con Braden en 1945?
Las grandes decisiones de la Patria en marcha o en avance encuentran al pueblo participando en ellas y en gran medida determinándolas con su sola presencia. Correlativamente, la institución militar no se mantuvo al margen de los hechos populares, ni se redujo a ser mero fiscal de la ciudadanía. Hoy, como ayer, en las horas decisivas no existen opciones para el país y el camino a seguir no ha de ser diferente del recorrido en la preparación de las mejores victorias nacionales.

Alberto Baldrich


Alberto Baldrich
El 17 de octubre es la culminación de los movimientos de masas en nuestro país, los que se iniciaron con Artigas y continuaron con Dorrego, Rosas, Yrigoyen y Perón.
Estos cinco movimientos de masas tienen el mismo objetivo: la lucha contra la dependencia y el colonialismo y el ascenso social.
El 17 de octubre tiene características propias y especiales que son:
1—Ante todo se realiza por la propia iniciación de grandes oleadas populares en ofensiva contra el régimen que había apresado a su líder, y que superaron las bizantinas deliberaciones de los dirigentes de entonces. Es un movimiento que se autodetermina.
2 — En ellas aparece el elemento nacional criollo —cabecita negra— desbordando el sentido meramente urbano.
3—Su principal ideal es la justicia social y el propósito de ascenso del pueblo al poder político, espiritual, cultural y económico.
Por estos aspectos el 17 de octubre se coloca a la cabeza de los movimientos de liberación en virtud de las condiciones carismáticas de su Jefe el general Perón, las que a su vez lo convierten en uno de los grandes arquetipos de América y de la historia universal.

Raúl Scalabrini Ortiz

www.rodolfowalsh.org
Las muchedumbres agraviaron el buen gusto y la estética de la ciudad, afeada por su presencia en nuestras calles. El pueblo las observaba pasar, un poco sorprendido al principio, pero luego con glacial indiferencia”. Diario Crítica, 18/10/45

El subsuelo de la patria sublevado
Por Raúl Scalabrini Ortiz
Publicado digitalmente: 17 de octubre de 2006

El subsuelo de la patria sublevado

Pasaban los días y la inacción aletargada y sin sobresaltos parecía justificar a los escépticos de siempre. El desaliento húmedo y rastrero caía sobre nosotros como un ahogo de pesadilla. Los incrédulos se jactaban de su acierto. Ellos habían dicho que la política de apoyo al humilde estaba destinada al fracaso, porque nuestro pueblo era de suyo cicatero, desagradecido y rutinario. La inconmovible confianza en las fuerzas espirituales del pueblo de mi tierra que me había sostenido en todo el transcurso de mi vida, se disgregaba ante el rudo empellón de la realidad.

Pensaba con honda tristeza en esas cosas en esa tarde del 17 de octubre de 1945.

El sol caía a plomo cuando las primeras columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente de sus fábricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade los parques de diversiones con hábito de burgués barato. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en la impetración de un solo nombre: Perón. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir.

Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. El descendiente de meridionales europeos, iba junto al rubio de trazos nórdicos y el trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún. El río cuando crece bajo el empuje del sudeste disgrega su enorme masa de agua en finos hilos fluidos que van cubriendo los bajidos y cilancos con meandros improvisados sobre la arena en una acción tan minúscula que es ridícula y desdeñable para el no avezado que ignora que es el anticipo de la inundación. Así avanzaba aquella muchedumbre en hilos de entusiasmos que arribaban por la Avenida de Mayo, por Balcarce, por la Diagonal.

Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de la Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor mecánico de automóviles, la hilandera y el peón.

Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el substrato de nueva idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente en su primordialidad sin reatos y sin disimulos. Era el de nadie y el sin nada en una multiplicidad casi infinita de gamas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenidos por una misma verdad que una sola palabra traducía: Perón.

Prólogo de "Política británica en el Río de la Plata" (1936)


Por Raúl Scalabrini Ortiz

La economía es un método de auscultación de los pueblos. Ella nos da palabras específicas, experiencias anteriores resumidas, normas de orientación y procedimientos para palpar los órganos de esa entidad viva que se llama sociedad humana. En puridad, la economía se refiere exclusivamente a las cosas materiales de la vida: pesa y mide la producción de alimentos de materia prima, tasa las posibilidades adquisitivas, coteja los niveles de vida y capacidad productiva, enumera y determina los cauces de los intercambios y, en momentos de fatuidad, pretende pronosticar las alternativas futuras de la actividad humana. Pero la economía bien entendida es algo más. En sus síntesis numéricas laten, perfectamente presentes, las influencias más sutiles: las confluentes étnicas, las configuraciones geográficas, las variaciones climatéricas, las características psicológicas y hasta esa casi inasible pulsación que los pueblos tienen en su esperanza cuando menos.

El alma de los pueblos brota de entre sus materialidades, así como el espíritu del hombre se enciende entre las inmundicias de sus vísceras. No hay posibilidad de un espíritu humano incorpóreo. Tampoco hay posibilidad de un espíritu nacional en una colectividad de hombres cuyos lazos económicos no están trenzados en u destino común. Todo hombre humano es el punto final de un fragmento de historia que termina en él, pero es al mismo tiempo una molécula inseparable del organismo económico de que forma parte. Y así enfocada, la economía se confunde con la realidad misma.

Temas para extraviar son todos los de la realidad americana. Esa realidad nos contiene, su calidad condiciona la nuestra. Somos un instante de su tiempo, un segmento de su espacio histórico. Ella delimita constantemente la posibilidad del esfuerzo individual. No podemos ser más inteligentes que nuestro medio sin ser perjudiciales a los que quisiéramos servir y a nosotros mismos. Valemos cuanto vale la realidad que nos circunda.

La realidad se anecdotiza incesantemente en nuestros actos y en nuestros pensamientos sin que la inteligencia americana se preocupe de consignarlos. Solemos referirnos a los pasados de América que se anotaron con trascendencia histórica, solemos hilvanar imaginerías sobre su porvenir, pero el instante vivo en que la historia se confecciona, sólo ha merecido desdén de la inteligencia americana que podía haberlos descrito. Y ésa es una de las grandes traiciones que la inteligencia americana cometió con América.

Cuatro siglos hacen ya que la sangre europea fue injertada en tierra americana. Tres siglos, por lo menos, que hay inteligencias americanas nacidas en América y alimentadas con sentimientos americanos, pero los documentos que narran la intimidad de la vida que esos hombres convivieron no se encontrarán, sino ocasionalmente, por ninguna parte.

Razas enteras fueron exterminadas, las praderas se poblaron. Las selvas vírgenes se explotaron y muchas se talaron criminalmente para siempre. La llamada civilización entró a sangre y fuego o en lentas tropas de carretas cantoras. El aborígen fue sustituído por inmigrantes. ëstos eran hechos enormes, objetivos, claros. La inteligencia americana nada vió, nada oyó, nada supo. Los americanos con facultades escribían tragedias al modo griego op disputaban sobre los exactos términos de las últimas doctrinas europeas. El hecho americano pasaba ignorado para todos. No tenía relatores, menos aún podía te´er intérpretes y todavía menos conductores instruídos en los problemas que debían encarar.

Sin un contenido vital, las palabras que en Europa determinan una realidad, en América fueron una entelequia, cuando no una traición. El conocimiento preciso de la realidad fue suplantado por cuerpos de doctrina, parcialmente sabidos, que no habían nacidop en nuestro suelo y dentro e los cuales nuestro medio no calzaba, ni por aptitudes, ni por posibilidades, ni por voluntad. La deliberación de las conveniencias prácticas fue reemplazada por antagonismos tan sin sentido que más parían antagonismos religiosos que políticos o intelectuales. En esas luchas personales o absurdamente doctrinarias se disipó la energía más viva y pura que hubiera podido animar a estasnacientes sociedades.

Los revolucionarios de 1810, por ejemplo, con exclusión de Mariano Moreno, adoptaron sin análisis las doctrinas corrientes en Europa y se adscribieron a un libre cambio suicida. No percibieron siquiera, esta idea tan simple: si España, que era una nación poderosa, recurrió a medidas restrictivas para mantener el dominio comercial del continente ¿cómo se defenderían de los riesgos de la excesiva libretad comercial estas inermes y balbuceantes repúblicas sudamericanas? Pero el manchesterismo estaba en auge y a su adopción ciega se le sacrificó todas las industrias locales.

América no estaba aislada. Fuerzas terriblemente pujantes, astutas y codiciosas nos rodeaban. Ellas sabían amenazar y tentar, intimidar y sobornar, simultáneamente. El imperialismo económico encontró aquí campo franco. Bajo su perniciosa influencia estamos en un marasmo que puede ser letal. Todo lo que nos rodea es falso o irreal. Es falsa la historia que nos enseñaron. Falsas las creencias económicas con que nos imbuyeron. Falsas las perspectivas mundiales que nos presentan y las disyuntivas políticas que nos ofrecen. Irreales las libertades que los textos aseguran. Este libro no es más que un ejemplo de alguna de esas falsías.

Volver a la realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer saber exactamente cómo somos. Bajo espejismos tentadores y frases que acarician nuestra vanidad para adormecernos, se oculta la penosa realidad americana. Ella es a veces dolorosa, pero es el único cimiento incorruptible en que pueden fundarse pensamientos sólidos y esperanzas capaces de resistir a las más enervantes tentaciones. Desgraciadamente, es difícil aprehender con seguridad a nuestro país. Hay que darlo por presente en las meras palabras que lo denominan o en los símbolos que lo alegorizan. O ser extremadamente sutil para asir entre lo ajeno y lo corrompido esa materia finísima, impalpable casi e incorruptible que es nuestro espíritu, el espíritu de la muchedumbre argentina: venero único de nuestra probabilidad.

Todo lo material, todo lo venal, transmisible o reproductivo es extranjero o está sometido a la hegemonía financiera extranjera. Extranjeros son los medios de transportes y de movilidad. Extranjeras las organizaciones de comercialización y de industrialización de los productos del país. Extranjeros los productores de energía, las usinas de luz y gas. Bajo el dominio extranjero están los medios internos de cambio, la distribución del crédito, el régimen bancario. Extranjero es una gran parte del capital hipotecario y extranjeros son en increíble proporción los accionistas de las sociedades anónimas.

Hay quienes dicen que es patriótico disimular esa lacra fundamental de la patria, que denunciar esa conformidad monstruosa es difundir el desaliento y corroer la ligazón espiritual de los argentinos, que para subsistir requiere el sostén del optimismo.

Rechazamos ese optimismo como una complicidad más, tramada en contra del país. El disimulo de los males que nos asuelan es una puerta de escape que se abre a una vía que termina en la prevariación, porque ese optimismo falaz oculta un descreimiento que es criminal en los hombres dirigentes: el descreimiento en las reservas intelectuales, morales y espirituales del pueblo argentino.

No es un impulso moral el que anima estas palabras. Es un impulso político. Cuando los estados Unidos de Norte América se erigieron en nación independiente, Inglaterra, vencida, parecía hundirse en la categoría oscura de una nación de segundo orden, y fue la energía ejemplar de William Pitt la salvadora de su prestigio y de su temple. Decía Pitt: "Examinemos lo que aún nos queda con un coraje viril y resoluto. Los quebrantos de los individuos y de los reinos quedan reparados en más de la mitad cuando se los enfrenta abiertamnete y se los estudia con decidida verdad". Ésa es la norma de este libro.

BIOGRAFIA


Raúl Scalabrini Ortiz nació en la ciudad de Corrientes cuando el siglo XIX tocaba a su fin (14 de febrero de 1898).

Su adolescencia y juventud transcurren bajo la presión del liberalismo conservador predominante.

Varios factores se conjugan, sin embargo, para que Raúl Scalabrini rompa la trama del pensamiento colonial. Por un lado, su militancia juvenil en un grupo llamado "Insurrexit", de ideología marxista, le permite descubrir la importancia de los factores económicos y sociales en el desarrollo histórico. Por otro su permanente deambular por el país (por razones de trabajo viaja a La Pampa, Entre Ríos y Catamarca) lo salvan de encerrarse en una visión porteña y le enseñan cómo viven y cómo sueñan sus compatriotas. A esto se suma un viaje a París, a los veintiséis años, del cual regresa hondamente decepcionado, pues en la "Francia eterna" del "humanitarismo y los derechos del hombre" encuentra un enorme desdén por los latinoamericanos y una antidemocrática xenofobia de "pueblo elegido".

Además, Scalabrini busca auténticamente "su verdad" y no se contenta con la gloria efímera que satisface a sus colegas de la pluma. En este aspecto, su maestro Macedonio Fernández lo orienta hacia una vida profunda, de altruismo y generosidad, donde lo individual se diluya en aras del beneficio colectivo. "Mis días eran extrañamente ajenos los unos a los otros... Les faltaba sometimiento a una sorpresa más grande que ellos mismos. Les faltaba subordinación a una fe".

En esa búsqueda se halla Scalabrini cuando, en octubre de 1929, se desencadena la crisis económica mundial. El capitalismo hace agua por todos lados y millones de hombres son arrojados a la desocupación y al hambre. Los países desarrollados, envueltos en la crisis, amenguan sus efectos, descargándola sobre los países productores de materia prima. En la Argentina se desmorona "el granero del mundo": caen los precios de las exportaciones y baja el peso. Desocupación, hambre, tuberculosis, delincuencia y suicidios señalan el inicio de la Década Infame.

Entonces el verdadero rostro del país vasallo se asoma a los ojos del prensador nacional que sepa verlo. Y mientras el resto de la inteligencia argentina juguetea con metáforas exquisitas, Raúl Scalabrini Ortiz emprende la tarea de demostrar la verdadera realidad nacional. Hasta poco tiempo atrás, también él se había enredado en la metafísica con "El hombre que está solo y espera", pero ahora - 1932 - Scalabrini hunde profundamente el escalpelo del análisis en la patria vasalla e inicia la tarea de toda su vida. El pensamiento nacional, dormido desde hacía décadas, se pone en marcha.

Scalabrini se pregunta en primer lugar ¿Cómo es posible que en un país como la Argentina, productor de carnes y cereales, haya hambre?. De allí pasa a inventariar nuestras riquezas (ferrocarriles, frigoríficos, puertos, etc.) estudiando en cada caso quién es el propietario de los mismos y así llega a la conclusión de que los argentinos nada poseen, mientras el imperialismo
inglés se lleva nuestras riquezas a precios bajísimos y nos vende sus productos encarecidos, mientras los ingleses nos succionan a través de seguros, fletes, dividendos, jugosa renta producto de su dominio sobre los resortes vitales de nuestra economía.

Como consecuencia de su participación en la Revolución Radical de Paso de los Libres, Scalabrini es desterrado a Europa en 1933. Desde allá, se aclara aún más el grado de sometimiento argentino al imperio, pues lo que los diarios ocultan en la Argentina, se dice en voz alta en Alemania o Italia, especialmente debido a las rivalidades interimperialistas. "Somos esclavos de los ingleses", se repite una y otra vez Scalabrini, ya absolutamente convencido de que sus cifras son ciertas e irrefutables. Desde Alemania, en 1934, escribe sus primeros artículos en los que aborda en profundidad el problema clave de todo país semicolonial: la cuestión nacional.

Poco después, en 1935, ya de regreso del exilio se lanza decididamente a la lucha contra el imperialismo. Desde el periódico "Señales" y desde FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) condena uno a uno todos los decretos de la entrega. A través de la conferencia, el libro y los artículos periodísticos, no cesa un instante, desde entonces, en denunciar la expoliación imperialista.

A través de las conferencias y los cuadernos de FORJA, Scalabrini se convierte en el gran fiscal de la entrega. Pero por sobre todos estos negociados, él apunta decididamente a la clave del sistema colonial: el ferrocarril. Esos rieles tendidos por el capital extranjero son "una inmensa tela de araña metálica donde está aprisionada la República". Es a través del ferrocarril que nuestra economía se organiza colonialmente para entregar riqueza barata en el puerto de Buenos Aires a los barcos ingleses y es a través del ferrocarril, con sus tarifas parabólicas, que el imperialismo destruye todo intento industrial en el interior, asegurando así la colocación de la cara mercadería importada.

Por esos años, Scalabrini Ortiz se sumerge en la historia nefasta de esos ferrocarriles y paso a paso desnuda la verdad: que los ingleses trajeron capitales ínfimos, que aguaron esos capitales a través de revaluaciones contables dirigidas a inflar los beneficios, concedidos como porcentajes fijos sobre el capital, que quebraron todo intento de comunicación interna que no fuese a dar a Buenos Aires, que subieron y bajaron las tarifas, según sus conveniencias, para boicotear alas industrias nacionales que compitiesen con la mercadería traída de Londres, que obtuvieron miles de hectáreas de regalo junto a las vías, que no cumplieron función de fomento alguna en las provincias pobres, que hundieron unos pueblos y levantaron otros torciendo el trazado de las líneas según sus intereses y los de sus socios: lo oligarcas.

Allí reside, sostiene Scalabrini, el verdadero cáncer de nuestra soberanía y en torno a él han crecido las restantes enfermedades que han terminado por hundirnos: la moneda y el crédito manejado por la banca extranjera, el estancamiento industria, la no explotación de la riqueza minera, ni de la hidroelectricidad, la subordinación a barcos, tranvías y restantes servicios públicos extranjeros, la expoliación de los empréstitos a través del interés compuesto "Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre",reclaman Scalabrini, Jauretche y sus muchachos de FORJA. Pero el boicot del silencio cae sobre ellos. La superestructura creada por el imperialismo se cierra ahogando a las voces nacionales. Ellos no cejan, sin embargo, y desde las catacumbas van forjando la conciencia nacional. Scalabrini publica en esos años la "Historia de los Ferrocarriles Argentinos" y "Política Británica en el Río de la Plata".

Cuando se desencadena la Segunda Guerra Mundial y ante la presión aliadófila para que la Argentina envíe tropas al frente, Scalabrini Ortiz vuelve a hacer punta contra el imperialismo, publicando el diario "Reconquista". Desde allí defiende la neutralidad y lanza esta consigna: "No osdejéis arrastrar a la catástrofe. Si os empujan, subleváos. Muramos por la libertad de la Patria y no al servicio de los patrones extranjeros". Así convoca a la Segunda Independencia.

Jaqueado por todas las fuerzas de la Argentina ainglesada, "Reconquista" logra vivir tan sólo 41 días. Pero subterráneamente, el pensamiento nacional se va infiltrando y despierta ya muchas conciencias dormidas. Y cuando poco después el Grupo de Oficiales Unidos (GOU) da el Golpe de Estado el 4 de junio de 1943, alguien recordará que uno de los libros que esos militares consideran texto obligado para su formación política es "La Historia de los Ferrocarriles" de Scalabrini Ortiz.

Poco después lo conoce personalmente a Juan Domingo Perón, a quien ya le sugiere la nacionalización de los ferrocarriles. El 17 de octubre de 1945, Scalabrini Ortiz forma parte de la multitud que irrumpe en nuestra historia para iniciar una Argentina Nueva. Ese día, se convence de que esos hombres, a los que llama "esos de nadie y sin nada", son los que conducirán al país hacia su nuevo destino: ".... Era el subsuelo de la patria sublevada. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba por primera vez en su tosca desnudez original....Eran los hombres que 'estaban solos y esperaban', que iniciaban sus tareas de reivindicación".

Pocos meses después, Perón derrota en las urnas a los viejos partidos representantes de una Argentina que moría irremediablemente. Scalabrini acompaña el proceso de la campaña electoral desde las columnas del diario "Política" y mantiene estrecho contacto con Perón, ya siendo éste presidente. Presenta entonces varios trabajos atinentes a la nacionalización de los ferrocarriles, pero no acepta cargos en el gobierno. Considera que su lugar está en el llano, opinando, fiscalizando, apoyando, pero, después de tantos años de oposición, no se considera un "hombre de construcción".

Participa así del proceso de la Revolución Nacional y ve caer uno a uno los eslabones de la cadena con que el imperialismo nos sojuzgaba y que él había denunciado sin descanso: los ferrocarriles, los teléfonos, los bancos, la exportación y la importación, el transporte marítimo y el aéreo, los seguros, el gas, etc. Y ve también crecer a ritmo intenso a la industria liviana, asfixiada tantos años por la mercadería importada. Así transcurre esos años estudiando, elaborando ideas.
Una nación económicamente libre, socialmente justa y políticamente soberana deja atrás, como un triste recuerdo, a aquella colonia de los años treinta. Las consignas lanzadas por FORJA, a veces casi con las mismas palabras, son coreados ahora por la multitud.

Pero si bien Perón reconoce en variadas oportunidades, el aporte ideológico de Scalabrini, su gobierno no le brinda el acceso a "los medios" para que difunda su "pedagogía nacional". La burocracia peronista, por su parte, choca con este místico de la política, contumaz crítico de toda desviación o inconducta. Por ello se retrae dela vida pública y se dedica a plantar álamos en las costas del Paraná.

De esa época afirma: "Hay muchos actos y no de los menos trascendentales de la política interna y externa del Gral. Perón que no serían aprobados por el tribunal de ideas matrices que animaron a mi generación…..En el dinamómetro de la política esas transigencias miden los grados de coacción de todo orden con que actúan las fuerzas extranjeras en el amparo de sus intereses y de sus conveniencias". Y agrega: "No debemos olvidar en ningún momento- cualesquiera sean las diferencias de apreciación-que las opciones que nos ofrece la vida política argentina son limitadas. No se trata de optar entre el Gral. Perón y el Arcángel San Miguel. Se trata de optar entre el Gral. Perón y Federico Pinedo. Todo lo que socava a Perón fortifica a Pinedo, en cuanto él simboliza un régimen político y económico de oprobio y un modo de pensar ajeno y opuesto al pensamiento vivo del país". Por eso, cuando le proponen participar en un golpe contra el gobierno, rechaza la invitación. Por eso, también, es uno de los primeros en alistarse en la "Resistencia", en septiembre de 1955, a la caída de Perón.
El golpe militar del 16 de septiembre propicia el retorno oligárquico. Ahora han vuelto los hombres de paja del imperialismo, los mismos del los años treinta.

Otra vez los amigos de los ingleses, otra vez los personeros dela oligarquía, otra vez los pactos claudicantes, de nuevo los bancos privados, los tratados vergonzosos, las devaluaciones para engordar las arcas de los ganaderos. Y de nuevo entonces, piensa Scalabrini, hay que plantear como única y absoluta prioridad: la Revolución Nacional. Todo parece volver hacia el pasado y las ideas de Scalabrini se afirman en su vieja lucha. Desde "El Líder", "De Frente" y "El Federalista" se constituye en crítico implacable. Cerrados estos periódicos, escribirá desde mediados de 1956 en la revista "Qué".
La Revolución Nacional, por sobre todo, piensa Scalabrini y así redobla sus esfuerzos para romper el continuismo. Esa posición lo lleva a colaborar con Frondizi y Frigerio entendiendo que debe usar a "Qué" como vocero de sus ideas, más allá de sus diferencias que pueda tener con los teóricos de la burguesía nacional.

Todo el año 1957 Scalabrini ataca semana a semana las medidas retrógradas y pro imperialistas del gobierno. Puede decirse que a través suyo se expresa la Argentina auténtica que se niega a volver al pasado. El 23 de febrero de 1958 el Frente Nacional, que lleva a Frondizi para presidente, aplasta a la reacción en las urnas, pero la entrega del poder es condicionada. Por eso Scalabrini entiende que debe seguir apoyando, aún disintiendo en muchos aspectos, al gobierno frondizista. Por eso también acepta la dirección de la revista "Qué",convertida ahora en revista oficialista.

Durante poco tiempo, sin embargo, permanece en su dirección (menos de tres meses). La publicación de los contratos petroleros en los últimos días de julio de 1958,lo decide a renunciar. Escribe entonces un artículo titulado "Aplicar al petróleo la experiencia ferroviaria" y deja constancia de su disentimiento con los contratos, en especial con lo pactado con la
Banca Loeb. No desea, sin embargo, romper frontalmente con el gobierno cuandoéste se encuentra jaqueado por los gorilas y prefiere irse calladamente. Por otra parte, ya está preso de un cáncer que lo llevará a la muerte pocos meses después.

Desde esa separación, Scalabrini Ortiz ya no actúa públicamente pero sus amigos y sus familiares saben que una tristeza lo domina por la traición del frondizismo. El 31 de diciembre de 1958, Frondizi anuncia la adhesión de la Argentina al Fondo Monetario Internacional (FMI) y en enero de 1959 se abraza con los banqueros de Wall Street; mientras los tanques derrumban las verjas del Frigorífico Municipal (en la ciudad de Buenos Aires) para sofocar a los obreros en huelga. Pero Scalabrini, ya nada puede decir: está vencido por la enfermedad y después de un período de postración, fallece el 30 de mayo de 1959.

En el cementerio, Jauretche recuerda que Scalabrini fue el maestro, el que les permitió pasar del antiimperialismo abstracto al antiimperialismo concreto, descubriendo la verdadera realidad argentina, como paso previo al intento de transformarla. Por eso concluye su despedida con estas palabras: "Raúl Scalabrini Ortiz …..Tú sabes que somos vencedores… vencedores
en esta conciencia definitiva que los argentinos han tomado delo argentino. Por eso hemos venido, más que a despedirte, a decirte: ¡Gracias, Hermano!"

Por Norberto Galazo

17 DE OCTUBRE


Leopoldo Marechal
"Era muy de mañana, y yo acababa de ponerle a mi mujer una inyección de morfina (sus dolores lo hacían necesario cada tres horas). El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García. Mi domicilio era este mismo departamento de la calle Rivadavia. De pronto, me llegó desde el Oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular, y en seguida su letra:«Yo te daré, / te daré, Patria hermosa, / te daré una cosa, / una cosa que empieza con P, / Perooón». Y aquel «Perón» resonaba periódicamente como un cañonazo.
"Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí, y amé los miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina «invisible» que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y que no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista."
(Palabras con Leopoldo Marechal, por Alfredo Andrés, 1968.)

martes, 5 de junio de 2007

Borges y Xul Solar


Mundos compartidos: el amigo Borges

Jorge Luis Borges y Xul Solar estuvieron en Europa en los mismos años pero se vieron en 1924, en Buenos Aires. Los juntó Evar Méndez, creador de la revista Martín Fierro. En la obra de Borges, Xul es una presencia central. Su mundo esotérico y simbólico, los saberes religiosos, el misterio, los enigmas, la creación lingüística son algunos de los temas que interesaron a uno y otro. Borges escribió sobre Xul por primera vez en un ensayo de 1925. En el cuento "Tlon, Uqbar, Orbis Tertius" (1940) Borges incluye a Xul como personaje. El argumento, que cuenta la creación de un planeta imaginario, está inspirado en la figura, pensamiento y obra de Xul Solar. Borges expuso siempre su afecto y admiración por Xul Solar, incluso cuando los separó la política. En 1946, el apolítico Xul Solar firmó un manifiesto contra el Libro Azul, un documento del gobierno de EE. UU. donde se sostenía que el candidato presidencial Juan Perón era nazi. Borges se molestó con Xul y la amistad se enfrió. Pero mantuvo su respeto al amigo y creador. "Decir que Xul Solar fracasó es absurdo —escribió Borges en 1968—. Los que fracasamos fuimos nosotros. No hemos sabido ser dignos de ese hombre extraordinario."