sábado, 26 de mayo de 2007

HOMENAJE DE ERNESTO SABATO EN LA UNIVERSIDAD DE BELGRANO


ERNESTO SABATO
Homenaje a Leopoldo Marechal en la universidad de Belgrano

Sería una ofensa hacer aquí, en tan pocos minutos, el examen y el elogio de la obra de Leopoldo Marechal. Tampoco es necesario: pasará a la historia de la lengua castellana como insigne hito de la poética y la narrativa. A ese monumento que le tiene reservado el tiempo no se le pueden arrojar bombas de alquitrán, y ha de ser invulnerable al insulto, la ironía, la envidia y el silencio: esos premios que con harta frecuencia los hombres de letras de nuestro país confieren a los que deberían honrar.

Es arriesgado buscar atributos meta-históricos en los pueblos, pero la antigüedad y la potencia de alguno producen algunas tenaces constantes a lo largo de su historia. Tal sucede con ese milenario, duro y grande pueblo hispánico que dio su sello a esta tierra americana; un sello tan profundo e imborrable que hoy, después de cinco siglos de conquista, seguimos hablando la lengua de Castilla: y no únicamente los viejos criollos descendientes de españoles, sino también los hijos y nietos de alemanes, italianos, rusos, sirios, judíos, polacos y armenios. Un fenómeno asombroso que revela la fuerza espiritual de aquella conquista, pues la raza que fue cruelmente despojada y humillada no sólo ha producido dos de los más altos poetas de la lengua castellana&emdash;Rubén Darío y César Vallejo&emdash; sino que esos poetas han cantado a España en poemas memorables.

Pero las virtudes suelen convertirse en defectos cuando se extreman. Y así, el orgulloso individualismo hispánico, su altivo sentimiento de independencia, derivó hacia el feroz egocentrismo y el desprecio por el otro, lado sombríamente destructivo que hemos quizás heredado. En el prólogo a su obra sobre el Cid, con amargura Menéndez Pidal señala este defecto de la raza, y escribe: "La invidencia hispánica, vicio eminentemente hispánico, entorpeció tenaz la obra del Cid, sin tener en cuenta el daño colectivo que en la guerra antiislámica se seguía al destierro del héroe superior." Así era Castilla, "que face los omes e los gasta". Y agrega que esta peculiaridad venía de lejos, pues ya Estrabón caracterizó a los íberos como orgullosos y torpes para la confederación. Y aquella envidia-aquella invidencia-obró siempre como disolvente social y como fuente de resentimiento colectivo.

" Torpes para la confederación ", sagazmente describe Estrabón. Y cuando Simón Bolívar, después de su portentosa epopeya, declara con amargura que "ha arado en el mar", pues que apenas liberados estos pueblos se sumen en la más feroz de las anarquías, confirma que dos mil años después se mantiene intacto este terrible atributo de un gran pueblo- tanto más perdurable y terrible cuanto más grande es el pueblo que lo posee. Y todavía hoy, aquí mismo, cada régimen, cada gobierno rompe lo positivo que pudiera haber en el régimen anterior; cambia de rumbo, destroza o contradice lo que hicieron los hombres que los precedieron. Y así sobrevivimos en medio de proyectos abortados, impulsos detenidos, enseñanzas opuestas, cambios de nombre en las calles y plazas. Claro que hay excepciones, pero cuando se producen las miramos con estupor, y por lo general las atribuimos a una especie de distracción o de olvido, porque aquí ni en lo destructivo somos sistemáticos, ni en lo malo somos buenos. De este modo, nuestra historia es una sucesión de diatribas, cada facción se considera dueña absoluta de la verdad. La Argentina ha estado dividida siempre entre puros y réprobos. Para los unos, Rosas es un genio virtuoso, para los otros un sanguinario chacal, cuyas cenizas ni siquiera tienen el derecho a descansar en su tierra. Pensemos lo que en cambio sucede en un país como Francia, donde sus conductores invariablemente son honrados, cualesquiera sean las opiniones sobre ellos por encontradas que sean; donde un hombre como Napoleón, todavía execrado por multitud de franceses, es recordado por una hermosa calle, por un imponente panteón, por las grandes avenidas que conmemoran sus grandes batallas.

Ansioso desde su juventud por la justicia social, Leopoldo Marechal fue desde la primera hora un peronista consecuente. No obsecuente, como jamás lo son los espíritus grandes, y bastaría recordar que en 1951 fue separado del cargo que tenía. En virtud de ese perdurable defecto de nuestra herencia hispánica, su militancia le valió enemistad, rencor y silencio: un silencio poderoso y siniestro, apenas quebrado por algunos intelectuales que, por encima de sus discrepancias políticas, reconocieron en él uno de los más grandes escritores argentinos. Se le calificó de resentido, de vanidoso que pretendía ser genio, de engreído y hasta de tomista; como si compartir ideas de Santo Tomás pudiese ser motivo de desprecio. Un eminente hombre de letras lo calificó, para colmar la horrenda medida, de delincuente.

Casi solo, pero apoyado en ese puntal de acero y ternura que fue su compañera, en su pequeño y pobre departamento de la calle Rivadavia, se aguantó aquel durísimo exilio en su propia patria, esa patria que quería hasta la agonía. Modesto, pero también con la conciencia de su grandeza&emdash;ya que se puede ser modesto frente a los valores supremos y arrogante frente a los idiotas&emdash;en momentos de extrema amargura llegó por fin a quejarse, murmurando: "¿Cuándo mis compatriotas dejarán de orinarme encima?".

Tenía, como todo gran artista, algo de niño. Era un espíritu evangélico, uno de esos seres que parecen salvar el espíritu cristiano de esa Iglesia objetivada de que hablan Berdiaev y Urs von Balthasar. Era bondadoso, pero no en el sentido trivial de la palabra, ya que no podemos ni debemos permanecer bovinamente impasibles frente a la injusticia o la tortura. En uno de sus grandes poemas dice, en efecto: "No vaciles jamás en la defensa o enunciación o elogio de la Verdad, del Bien y de la Hermosura: son tres nombres divinos que trascienden al mundo, y es fácil deletrear su ortografía. No los traiciones, aunque te hagan polvo". Fue precisamente su sagrado sentido de la justicia lo que lo impulsó hacia el socialismo en su juventud y hacia el peronismo en sus años maduros. Porque, cualquiera que sea el juicio que merezca la persona de Perón&emdash;y el mío es públicamente negativo&emdash;, nadie puede negar que encabezó el más vasto y profundo proceso en favor de los desheredados. Y Leopoldo sentía como pocos el dolor de los indefensos, y amaba a su pueblo como siempre lo han hecho los artistas verdaderamente grandes: desde Cervantes hasta Tolstoi. Y, como es peculiar en esta clase de seres, no amaba al hombre en abstracto, esa Humanidad con mayúscula bajo cuya invocación se han instaurado hasta campos de concentración, sino al pequeño y precario y sufriente ser de carne y hueso. Más aún: ansiaba que sus obras pudieran servir a ese hombre concreto, ayudándole a mitigar sus desdichas, respondiendo a sus más dolorosos interrogantes, revelándole su propia tierra, esa patria también concreta que está hecha de trigales, de pájaros y lagunas en el campo, de calles y rincones en su ciudad, de amores y crepúsculos, de venturas y desventuras en común. Esa patria que él amaba y que bellamente resplandece en sus páginas; en un amor que paradójicamente se revela hasta en sus más amargas reflexiones, cuando critica a los que lo ensucian o arrastran por el suelo, o lo posponen a sus sórdidos bolsillos. Pues no olvidemos que aun las mejores patrias, aquellas que han dicho algo al mundo, infinidad de veces fueron amonestadas por sus grandes espíritus, con el corazón desgarrado y sangrante: por Holderlin y por Nietzsche, por Dostoievsky y por Tolstoi. Y por aquel nobilísimo Puchkin que, después de reírse con las descripciones que Gogol le leía, terminó exclamando con la voz anudada por la amargura: "¡Dios mío, qué triste es Rusia! ".

También Leopoldo Marechal, en un poema memorable, exclama, o quizá murmura con infinita pesadumbre: La Patria es un dolor que aún no sabe su nombre.

ERNESTO SÁBATO

Homenaje en la Universidad de Belgrano, Buenos Aires, el 20 de julio de 1978.

"Un Adán en Buenos Aires", por Julio Cortázar



El aniversario de Adán Buenos Ayres

El 30 de agosto de 1948, en honor a Santa Rosa de Lima, ve la luz la novela fundacional de Leopoldo Marechal en la cual –luego de escribirla durante veinte años- había cifrado grandes esperanzas. Es que como dice la Estrofa 21 de su Didáctica de la alegría, del Heptamerón, “un sabor eterno se nos ha prometido, y el alma lo recuerda”. Las tres novelas de Marechal, Adán Buenosayres, El banquete de Severo Arcángelo y Megafón o la guerra completan precisamente una especie de “Divina Comedia argentina contemporánea” en torno a ese sabor eterno que se nos ha prometido.


Poco después de la referida aparición, Julio Cortázar publica en la revista Realidad de marzo/abril de 1949 (y posteriormente en Obra Crítica 2, de Alfaguara) un agudo análisis de Adán Buenosayres, que transcribimos a continuación.

"Un Adán en Buenos Aires", por Julio Cortázar


La aparición de este libro me parece un acontecimiento extraordinario en las letras argentinas, y su diversa desmesura un signo merecedor de atención y expectativa. Las notas que siguen -atentas sobre todo al libro como tal, y no a sus concomitancias históricas que tanto han irritado o divertido a las coteries locales- buscan ordenar la múltiple materia que este libro precipita en un desencadenado aluvión, verificar sus capas geológicas a veces artificiosas y proponer las que parecen verdaderas y sostenibles. Por cierto que algo de cataclismo signa el entero decurso de Adán Buenosayres; pocas veces se ha visto un libro menos coherente, y la cura en salud que adelanta sagaz el prólogo no basta para anular su contradicción más honda: la existente entre las normas espirituales que rigen el universo poético de Marechal y los caóticos productos visibles que constituyen la obra. Se tiene constantemente la impresión de que el autor, apoyando un compás en la página en blanco, lo hace girar de manera tan desacompasada que el resultado es un reno rupestre, un dibujo de paranoico, una guarda griega, un arco de fiesta florentina del cinquecento, o un ocho de tango canyengue. Y que Marechal se ha quedado mirando eso que también era suyo -tan suyo como el compás, la rosa en la balanza y la regla áurea- y que contempla su obra con una satisfecha tristeza algo malvada (muy preferible a una triste satisfacción algo mediocre). Abajo el imperio de estos contrarios se imbrican y alternan las

instancias, los planos, las intenciones, las perversiones y los sueños de esta novela; materias tan próximas al hombre -Marechal o cualquiera- que su lluvia de setecientos espejos ha aterrado a muchos de los que sólo aceptan espejo cuando tienen compuesto el rostro y atildada la ropa, o se escandalizan ante una buena puteada cuando es otro el que la suelta, o hay señoras, o está escrita en vez de dicha -como si los ojos tuvieran más pudor que los oídos-.

Veamos de poner un poco de orden en tanta confusión primera. Adán Buenosayres consiste en una autobiografía, mucho más recatada que las corrientes en el género (aunque no más narcisista), cuyas proyecciones envuelven a la generación martinfierrista y la caracterizan a través de personajes que alcanzan en el libro igual importancia que la del protagonista. Este propósito general se articula confusamente en siete libros, de los cuales los cinco primeros constituyen novela y los dos restantes amplificación, apéndice, notas y glosario. En el prólogo se dice exactamente lo contrario, o sea que los primeros libros valen ante todo como introducción a los dos finales –“El Cuaderno de Tapas Azules” y “Viaje a la oscura ciudad de Cacodelphia”-. Pero una vez más cabe comprobar cómo las obras evaden la intención de sus autores y se dan sus propias leyes finales. Los libros VI y VII podrían desglosarse de Adán Buenosayres con sensible beneficio para la arquitectura de la obra; tal como están, resulta difícil juzgarlos si no es en función de addenda y documentación; carecen del color y del calor de la novela propiamente dicha, y se ofrecen un poco como las notas que el escrúpulo del biógrafo incorpora para librarse por fin y del todo de su fichero.

Tras el esquema del libro, su armazón interna. Una gran angustia signa el andar de Adán Buenosayres, y su desconsuelo amoroso es proyección del otro desconsuelo que viene de los orígenes y mira a los destinos. Arraigado a fondo en esta Buenos Aires, después de su Maipú de infancia y su Europa de hombre joven, Adán es desde siempre el desarraigado de la perfección, de la unidad, de eso que llaman cielo. Está en una realidad dada, pero no se ajusta a ella más que por el lado de fuera, y aun así se resiste a los órdenes que inciden por la vía del cariño y las debilidades. Su angustia, que nace del desajuste, es en suma la que caracteriza -en todos los planos mentales, morales y del sentimiento- al argentino, y sobre todo al porteño azotado de vientos inconciliables. La generación martinfierrista traduce sus varios desajustes en el duro esfuerzo que es su obra; más que combatirlos, los asume y los completa. ¿Por qué combatirlos si de ellos nacen la fuerza y el impulso para un Borges, un Güiraldes, un Mallea? El ajuste final sólo puede sobrevenir cuando lo válido nuestro -imprevisible salvo para los eufóricos folkloristas, que no han hecho nada importante aquí- se imponga desde adentro, como en lo mejor de Don Segundo, la poesía de Ricardo Molinari, el cateo de Historia de una Pasión Argentina. Por eso el desajuste que angustia a Adán Buenosayres da el tono del libro, y vale biográficamente más que la galería parcial, arbitraria o genre nature que puebla el infierno concebido por el astrólogo Schultze.

De muy honda raíz es ese desasosiego; más hondo en verdad que el aparato alegórico con que lo manifiesta Marechal; no hay duda que el ápice del itinerario del protagonista lo da la noche frente a la iglesia de San Bernardo, y la crisis de Adán solitario en su angustia, su sed unitiva. Es por ahí (no en las vías metódicas, no en la simbología superficial y gastada) por donde Adán toca el fondo de la angustia occidental contemporánea. Mal que le pese, su horrible náusea ante el Cristo de la Mano Rota se toca y concilia con la náusea de Roquentin

en el jardín botánico y la de Mathieu en los muelles del Sena.

Por debajo de esta estructura se ordenan los planos sociales del libro. Ya que el número 2 existe (“con el número 2 nace la pena”), ya que hay un tú, la ansiedad del autor se vuelca a lo plural y busca explorarlo, fijarlo, comprenderlo. Entonces nace la novela, y Adán Buenosayres entra en su dimensión que me parece más importante. Muy pocas veces entre nosotros se había sido tan valerosamente leal a lo circundante, a las cosas que están ahí mientras escribo estas palabras, a los hechos que mi propia vida me da y me corrobora diariamente, a las voces y las ideas y los sentires que chocan conmigo y son yo en la calle, en los círculos, en el tranvía y en la cama. Para alcanzar esa inmediatez, Marechal entra resuelto por un camino ya ineludible si se quiere escribir novelas argentinas; vale decir que no se esfuerza por resolver sus antinomias y sus contrarios en un estilo de compromiso, un término aséptico entre lo que aquí se habla, se siente y se piensa, sino que vuelca rapsódicamente las maneras que van correspondiendo a las situaciones sucesivas, la expresión que se adecua a su contenido. Siguen las pruebas: si el “Cuaderno de Tapas Azules” dice con lenguaje petrarquista y giros del siglo de oro un laberinto de amor en el que sólo faltan unicornios para completar la alegoría y la simbólica, el velorio del pisador de barro de Saavedra está contado con un idioma de velorio nuestro, de velorio en Saavedra allá por el veintitantos. Si el deseo de jugar con la amplificación literaria de una pelea de barrio determina la zumbona reiteración de los tropos homéricos, la llegada de la Beba para ver al padre muerto y la traducción de este suceso barato y conmovedor halla un lenguaje que nace preciso de las letras de “Flor de Fango” y “Mano a mano”. En ningún momento -aparte de las caídas inevitables en quien no profesa de continuo la prosa, y de toda obra extensa- cabe advertir la inadecuación fondo-forma que, tan señaladamente, malogra casi toda la novelística nacional. Marechal ha comprendido que la plural dispersión en que lucharon él y sus amigos de Martín Fierro no podía subsumirse a un denominador común, a un estilo. Las materias se dan en este libro con la fresca afirmación de sus polaridades. Y el único gran fracaso de la obra es la ambición no cumplida de darle una superunidad que amalgamara las disímiles sustancias allí yuxtapuestas. No fue conseguido, y en verdad no importa demasiado. Ya es mucho que Marechal no se haya traicionado con una mediocre nivelación de desajustes. El buscaba más que eso, y tal vez le toque encontrarlo.

Hacer buena prosa de un buen relato es empresa no infrecuente entre nosotros; hacer ciertos relatos con su prosa era prueba mayor, y en ella alcanza Adán Buenosayres su más alto logro. Aludo a la noche de Saavedra, a la cocina donde se topan los malevos, al encuentro de los exploradores con el linyera; eso, sumándose al diálogo de Adán y sus amigos en la glorieta de Ciro, y muchos momentos del libro final, son para mí avances memorables en la novelística argentina. Estamos haciendo un idioma, mal que les pese a los necrófagos y a los profesores normales en letras que creen en su título. Es un idioma turbio y caliente, torpe y sutil, pero de creciente propiedad para nuestra expresión necesaria. Un idioma que no necesita del lunfardo (que lo usa, mejor), que puede articularse perfectamente con la mejor prosa “literaria” y fusionar cada vez mejor con ella pero para irla liquidando secretamente y en buena hora. El idioma de Adán Buenosayres vacila todavía, retrocede cauteloso y no siempre da el salto; a veces las napas se escalonan visiblemente y malogran muchos pasajes que requerían la unificación decisiva. Pero lo que Marechal ha logrado en los pasajes citados es la aportación idiomática más importante que conozcan nuestras letras desde los experimentos (¡tan en otra dimensión y en otra ambición!) de su tocayo cordobés.

Ignoro si se ha señalado cómo tropiezan nuestros novelistas cuando, a mitad de un relato, plantean discusiones de carácter filosófico o literario entre sus personajes. Lo que un Huxley o un Gide resuelven sin esfuerzo, suena duro e ingrato en nuestras novelas; por eso cabe llamar la atención sobre el “ars poetica” que, disperso y revuelto, dialogan aquí y allá los protagonistas de Adán Buenosayres, y la limpieza con que los debates se insertan en la acción misma.

La progresiva pérdida de unidad que resiente la novela a medida que avanza, ha permitido brillantes relatos independientes que alzan el nivel sensiblemente inferior del viaje al infierno porteño; la historia del Personaje -con agradecida deuda a Payró- toca a fondo la picaresca burocrática que desoladamente padecemos.

Quiero cerrar este pasaje de Adán Buenosayres con dos observaciones. Por un mecanismo frecuente en la literatura, nace ésta de un rechazo o una nostalgia. A la hora de la crisis -en la extrema tensión de su alma y de su libro- Marechal dice ante el Cristo de la Mano Rota: Sólo me fue dado rastrearte por las huellas peligrosas de la hermosura; y extravié los caminos y en ellos me demoré; hasta olvidar que sólo eran caminos, y yo sólo un viajero, y tú el fin de mi viaje. Muchas otras veces, este alfarero de objetos bellos se reprochará su vocación demorada en lo estético. Qué entrañable ha de ser esta demora, esta búsqueda por las “huellas peligrosas”, cuando su producto es una de las obras poéticas más claras de nuestra tierra.

Este mismo desconcierto interno de Marechal se traduce en otro resultado insólito. Creo sensato sospechar que su esquema novelesco reposaba en la historia de amor de Adán Buenosayres, ordenadora de los episodios preliminares y concretándose al fin en el Cuaderno del libro VI. La concepción dantesca de ese amor, exigiendo una expresión laberíntica y preciosista, lo escamotea a nuestra sensibilidad y nos deja una teoría de intuiciones poéticas en alto grado de enrarecimiento intelectual. Si nada de esto es reprensible en sí, lo es dentro de una novela cuyos restantes planos son de tan directo contacto con el tú, con nosotros como argentinos siglo XX. Y entonces, inevitablemente, la balanza se inclina del lado nuestro, y la náusea de Adán al oler la curtiembre nos alcanza más a fondo que Aquella en su spenseriano jardín de Saavedra. Ojalá la obra novelística futura de Marechal reconozca el balance de este libro; si la novela moderna es cada vez más una forma poética, la poesía a darse en ella sólo puede ser inmediata y de raíz surrealista; la elaborada continúa y prefiere el poema, donde debió quedar Aquélla con su simbología taraceada, porque ése era su reino.

La segunda observación toca al humor. Marechal vuelve con Adán Buenosayres a la línea caudalosa de Mansilla y Payró, al relato incesantemente sobrevolado por la presencia zumbona de lo literario puro, que es juego y ajuste e ironía. No hay humor sin inteligencia, y el predominio de la sentimentalidad sobre aquélla se advierte en los novelistas en proporción inversa de humor en sus libros; esta feliz herencia de los ensayistas siglo XVIII, que salta a la novela por vía de Inglaterra, da un tono narrativo que Marechal ha escogido y aplicado con pleno acierto en los momentos en que hacía falta. Sobre todo en las descripciones y las réplicas, y cuando no lo enfatiza; así el episodio de los homoplumas comienza del mejor modo -el retrato en diez líneas del malevo es un hallazgo-, pero termina alicaído con los discursos del speaker. El humor en Adán Buenosayres se alía con un frecuente afán objetivo, casi de historiador, y acaba de dar a esta novela su tono documental que, si la aleja de nosotros en cuanto a adhesión entrañable, nos la ofrece panorámicamente y con amplia perspectiva intelectual. No sé, por razones de edad, si Adán Buenosayres testimonia con validez sobre la etapa martinfierrista, y ya se habrá notado que mi intento era más filológico que histórico. Su resonancia sobre el futuro argentino me interesa mucho más que su documentación del pasado. Tal como lo veo, Adán Buenosayres constituye un momento importante en nuestras desconcertadas letras. Para Marechal quizá sea un arribo y una suma; a los más jóvenes toca ver si actúa como fuerza viva, como enérgico empujón hacia lo de veras nuestro. Estoy entre los que creen esto último, y se obligan a no desconocerlo.

Julio Cortázar, 1949

viernes, 25 de mayo de 2007

REBANADAS DE REALIDAD--MEXICO- Cara al viento como un leon

Marechal, cara al viento como un león
Por Roberto Bardini
Leopoldo Marechal
Rebanadas de Realidad - Bambú Press, México, 11/06/05.- "Creo que actualmente hay dos Argentinas: una en defunción, cuyo cadáver usufructúan los cuervos de toda índole que lo rodean, cuervos nacionales e internacionales; y una Argentina como en navidad y crecimiento, que lucha por su destino, y que padecemos orgullosamente los que la amamos como a una hija. El porvenir de esa criatura depende de nosotros, y muy particularmente de las nuevas generaciones".
Estas líneas pertenecen a Leopoldo Marechal, nacido el 11 de junio de 1900 en el barrio de Almagro. Son parte de "Los puntos fundamentales de mi vida", un texto del escritor que publicó el suplemento Cultura y Nación de Clarín el 29 de marzo de 1973, tres años después de su muerte. En ese mismo texto póstumo, Marechal afirma:
"Desde hace algunos años oigo hablar de los escritores comprometidos y no comprometidos. A mi entender, es una clasificación falsa. Todo escritor, por el hecho de serlo, ya está comprometido: o comprometido en una religión, o comprometido en una ideología político-social, o comprometido en una traición a su pueblo, o comprometido en una indiferencia o sonambulismo individual, culpable o no culpable. Yo confieso que sólo estoy comprometido en el Evangelio de Jesucristo, cuya aplicación resolvería por otra parte, todos los problemas económicos y sociales, físicos y metafísicos que hoy padecen los hombres".
A Marechal también le pertenece esta frase: "¿Saben ustedes que durante una tormenta el león da la cara al viento para que su pelambre no se desordene? Yo hago lo mismo: doy la cara a todos los problemas: es la mejor manera de permanecer peinado".
Lo dice un poeta, narrador, ensayista y dramaturgo que enfrentó todos los problemas que le salieron al paso y permaneció peinado, sin caer en "agachadas", hasta su muerte el 26 de junio de 1970. Hijo de un obrero mecánico uruguayo y madre argentina de familia vasca, Marechal también es católico y peronista. Nunca se arrepiente de su opción política a pesar de que tuvo que pagar un alto precio: el silencio editorial, el autoaislamiento, el desprecio oficial de los "vencedores" de septiembre de 1955.
"Crimen"... y castigo
¿Cuál es el "pecado" de Marechal? Ocupar cargos públicos de 1944 a 1955. Por un lado, la cultura liberal representada por la revista Sur y los diarios La Nación y La Prensa no le perdonan al escritor su amistad con algunos intelectuales nacionalistas. Marechal era maestro de primaria, profesor de secundaria y bibliotecario; para mejorar su situación laboral en 1943 acepta el cargo de director del Consejo General de Educación, en Santa Fe, que le ofrece Gustavo Martinez Zuviría, entonces ministro de Instrucción Pública. Al año siguiente, Ignacio Anzoátegui lo invita a colaborar en la recién creada Secretaría de Cultura y lo designa director general
Por otro lado, la inquisición liberal instaurada por la autodenominada "revolución libertadora" de 1955 condena durante décadas a este hombre -uno de los mejores escritores argentinos del siglo XX- porque desde el 17 de octubre de 1945 adhirió al peronismo. Él mismo relata su temprano respaldo a aquella gesta popular y sus posteriores consecuencias:
"Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y amé los miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina invisible que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista. Decidí entonces, con mis hechos y palabras, declarar públicamente mi adhesión al movimiento y respaldarla con mi prestigio intelectual, que ya era mucho en el país. Esto me valió el repudio de los intelectuales que no lo hicieron y que declararon al fin mi proscripción intelectual".
Una voz solitaria
En 1949 se publica Adán Buenosayres, novela que Marechal elaboró durante 17 años. La crítica literaria hace silencio. Sólo se escucha la voz de un casi desconocido escritor de 35 años, que apenas ha publicado un librito de sonetos y una obra de teatro: se llama Julio Cortázar y no es peronista.
Cortázar escribe en la revista Realidad (Nº 14, marzo-abril de 1949): "La aparición de este libro me parece un acontecimiento extraordinario en las letras argentinas. Se tiene constantemente la impresión de que el autor, apoyando un compás en la página en blanco, lo hace girar de manera tan desacompasada que el resultado es un reno rupestre, un dibujo de paranoico, una guarda griega, un arco de fiesta florentina del 'cinquecento', o un ocho de tango canyengue". Y finaliza el comentario: "Tal como lo veo, Adán Buenosayres constituye un momento importante en nuestras desconcertadas letras. Para Marechal quizá sea un arribo y una suma; a los más jóvenes toca ver si actúa como fuerza viva, como enérgico empujón hacia lo de veras nuestro. Estoy entre los que creen esto último, y se obligan a no desconocerlo".
En 1955, tras el derrocamiento de Perón, Marechal inicia sus trámites jubilatorios. Cuatro años después publica La Poética, gracias a un grupo de amigos que paga la modesta edición. Con humor, se autodefine como "el poeta depuesto".
Marechal le escribe a Cortázar en 1965 y le agradece aquel gesto de antaño. Desde París, el autor de Rayuela -que ya es famoso y sigue siendo antiperonista- le reitera su admiración: "Lo único bueno es recibir en cualquier momento de la vida una carta como la suya, y pensar que valía la pena haber roto una lanza en su día por una obra admirable e incomprendida".
Los miserables
Otros no son tan generosos con Marechal. "Funcionario del régimen", lo llama Eduardo González Lanuza. "Bodrio con fealdades y aun obscenidades", escribe Enrique Anderson Imbert, refiriéndose a Adanbuenosayres, en su Historia de la literatura hispanoamericana (1954), aunque en posteriores ediciones bajó el tono.
(Desde luego que hay que hacer un paréntesis para explicar quiénes son González Lanuza [1900-1984] y Anderson Imbert [1910-2000]. El primero es un químico industrial español radicado en Argentina, a quien Sur y La Nación le otorgaron categoría de poeta y crítico literario. El segundo, un cordobés que fue director de la página literaria del periódico socialista La Vanguardia y luego profesor en Harvard. Otro de los "méritos" de Anderson fue pronosticar un "oscuro futuro" para la obra de Jorge Luis Borges, una profecía fallida).
Estos escribas tolerados, halagadores del sistema y críticos con sus compatriotas de talento por el solo hecho de discrepar políticamente, no son los únicos. La añeja cultura liberal funciona muy bien en Argentina: sabe proscribir de sus páginas a los que considera "políticamente incorrectos". Como el sistema que defiende, el aparato intelectual oficial también es culpable de "desapariciones forzadas" en el campo del pensamiento nacional y popular.
En 1967, Marechal viaja a Cuba. Permanece en la isla durante febrero y marzo como jurado del concurso literario de la Casa de las Américas. Esta experiencia -como él mismo relatará después- significa una apertura de su visión política sin renunciar a su identidad cristiana y peronista, que lo acompañó hasta el último día de su vida, tres años después.
Al 17 de octubre
Era el pueblo de Mayo quien sufría,
no ya el rigor de un odio forastero,
sino la vergonzosa tiranía
del olvido, la incuria y el dinero.
El mismo pueblo que ganara un día
su libertad al filo del acero
tanteaba el porvenir, y en su agonía
le hablaban sólo el Río y el Pampero.
De pronto alzó la frente y se hizo rayo
(¡era en Octubre y parecía Mayo!),
y conquistó sus nuevas primaveras.
El mismo pueblo fue y otra victoria.
Y, como ayer, enamoró a la Gloria,
¡y Juan y Eva Perón fueron banderas!
Obras
  • Los aguiluchos (1922)
  • Días como flechas (1926)
  • Odas para el hombre y la mujer (1929)
  • Laberinto de amor (1936)
  • Cinco poemas australes (1937)
  • Descenso y ascenso del alma por la belleza (1939)
  • El Centauro (1940)
  • Sonetos a Sofía y otros poemas (1940)
  • José Fioravanti (1942)
  • Vida de Santa Rosa de Lima (1943)
  • Cántico espiritual (1944)
  • Viaje de la primavera (1945)
  • Adán Buenosayres (1948)
  • Antología Poética (1950)
  • Antígona Vélez (1951)
  • Pequeña antología (1954)
  • La Poética (1959)
  • Autopsia de Creso (1965)
  • El banquete de Severo Arcángelo (1965)
  • Heptamerón (1966)
  • Poema de Robot (1966)
  • Las tres caras de Venus (1966)
  • Historia de la Calle Corrientes (1967)
  • Megafón o la guerra (1970)

jueves, 24 de mayo de 2007

Sibilamente- 25 de mayo a 3 años del bicentenario

25 de Mayo de 2007
A tres años del bicentenario de la Revolución de Mayo...
Recordemos que: Los vecinos se reunieron en Cabildo abierto para discutir quién debia gobernar!
y... casualidad? ( en casi toda américa ocurrieron movimientos similares, ej; Santiago de Chile, y Caracas - Venezuela ) --- hoy tambien en pseudo comunión con Argentina?
Analicemos un poco... DE qué nos quejamos? --Qué esperamos?-- Qué queremos ser?--- Hacia dónde vamos?...
Años de silencios obligados nos desculturizaron de nuestros derechos y mas tarde con la supuesta llegada de la Democracia surgio el famoso ----
!!! perfil bajo compañeros!!!!
Conducidos como ganado en el brete, fuimos aceptando ese perfil que muchos aprovecharon para sus logros personales.
Pérdidas irreemplazables nos anegaron... mmmm Pehuajó ( fuera de contexto)
Una vez instalado el sistema mas vendible, --- quién le demuestra a las masas lo contrario?
Un comentario viene a mi memoria /// Cuanto mas grosera y tonta se vuelve la repeticion de una gracia, mas atrae la adhesion de las mayorias/// Entonces... el facilismo y la queja sentada...
Ja!!!! Un cacerolazo en el 2001, cuando ya era tarde.. ( que volvio?)
!Odio a los politicos!( palabra popular)
Y a quién votamos???
Al menos, tomémonos un tiempo de analizar a cada uno de ellos antes de votar no?
ya que luego es muy fácil la queja sentada.
Lógico, país de tango!!!! el famoso 2x4 del llanto...
Nada cambia de un dia para otro, pero menos cambia en la quietud y la tibieza... no es tan simple como decir( odio a los politicos) capaz debiera ser que hago yo para la politica???
Entendemos por politica el " arte de lo posible"... pero existe algo posible sin participar? o es mejor llorar el tango?
Ningun cambio se manifiesta sin apoyo, ---- las palabras son muy lindas.....
Llegaremos al bicentenario convencidos que nosotros somos el país que queremos?
o seguiremos quejándonos en el anonimato de la tibieza y la quietud del facilismo?
Estamos sueltos compañeros? sueltos y sin rumbo viendo como se establecen vinculos de todos los sectores hacia uno solo? ... pero mmmmmm acaso nosotros no combatiamos el monopolio capitalista????
Es hora de dejar de ser expectadores no????
Sibilamente