lunes, 16 de abril de 2007

El Che y Peròn un solo corazòn





El Che y Perón... Un solo corazón

Por Ernesto Jauretche
Publicado digitalmente: 14 de octubre de 2004
¿Cómo vivimos aquellos infaustos días que rodearon al 8 de octubre de 1967 los jóvenes militantes peronistas de las todavía rudimentarias organizaciones de la JP que se preparaban para pasar de la resistencia a la ofensiva? ¿Qué relación hallábamos entre Perón y el Che? ¿Podríamos afirmar fundadamente que Perón fue guevarista y el Che peronista?
El Che era la conducción ética de la revolución: el hombre nuevo. Perón era la conducción concreta de la revolución: el líder de un Movimiento de Liberación Nacional. Ambos tenían la misma perspectiva sudamericana de la revolución y compartían el mismo enemigo: el imperialismo norteamericano.
Por eso podíamos coincidir y disentir a la vez, con ambos.
Podíamos disentir con el Che cuando planteaba las estrategias de la acción para alcanzar los objetivos revolucionarios: sobre todo con la idea de el "foco". A la juventud peronista le costaba mucho entender el concepto de vanguardia. Porque nos movíamos en una corriente de pensamiento que tenía como sujeto de la revolución a la unidad de todas las clases en la defensa de los intereses de la Nación frente al imperialismo. Y veníamos de una experiencia obrera real y no imaginaria: no sentíamos que hiciera falta el foco para despertar la conciencia de la clase; sólo había que esperar a que madurase en la lucha. Nuestros trabajadores, mayoritariamente peronistas, eran "la columna vertebral del Movimiento". Abrevábamos en una idea de la insurrección, que implicaba si no evitar al menos postergar los conflictos interclasistas. Pero coincidíamos en que la revolución iba a ser producto de un hombre nuevo, que la forma hace al contenido y que refundar la Nación, como nos proponíamos, iba a exigir el abandono de las viejas prácticas liberales, reivindicar la nobleza de la política y hacer de la militancia un ejército épico munido de los más sólidos principios éticos. Y que ese hombre nuevo debía conducir el proceso, bajo el paradigma de la clase trabajadora.
Podíamos disentir con Perón cuando, desde la realpolitik, seguía aferrado al ya anacrónico planteo de la revolución democrático burguesa, en medio de un mundo donde las luchas populares eran por el socialismo. Por eso, reivindicando el espíritu crítico que debe animar toda militancia, salimos a decirle un día que “Está lleno de gorilas el gobierno popular”. Pero cuando había que pelear por las convenciones paritarias para conseguir aumentos de salarios para o desestabilizar al "partido militar" progresando en la acumulación de poder, la estrategia válida era la de Perón y no la del Che Y como la revolución es un proceso de construcción de relaciones de fuerza, para combatir al formidable poder del régimen, en Perón encontrábamos el eje de la unidad y al rector de una estrategia de conjunto, con todas sus alas y destacamentos desplegados.

Perón y el Che deben haberse encontrado muchas veces en sus planteos revolucionarios. No es esta una presunción infundada. Incluso hay fuentes consistentes que relatan el encuentro cara a cara de los dos, en 1964. Pero concurrían al encuentro desde diferentes lugares. Para Perón, el Che podía ser parte de su estrategia de manejo de un dispositivo de conjunto. Sobre todo porque para Perón, y para los peronistas, la revolución cubana no es importante porque sea socialista sino porque es una revolución de emancipación nacional. Mientras, para el Che, las masas de trabajadores lideradas por Perón eran el sujeto real de su proyecto revolucionario para el extremo sur de la América del Sur que quería liberar.
Por otro lado, si para Perón el Che era “el más grande revolucionario de América”, para el Che, Perón era un ya legendario y bien probado latinoamericanista y anttimperialista. No puede haberle pasado imperceptible el acuerdo del ABC que Perón había firmado en 1951 con Chile y Brasil, acta fundacional y rumbo concreto de la integración y presumiblemente una de las principales causas de su derrocamiento.
Pero Perón era General, y para un militar, cuando se lleva la política al terreno de la guerra y se pierde, es que se perdió la política. Sólo la visión genial del estadista que había en Perón puede haberle dictado aquella famosa carta del 8 de octubre de 1967, donde adivina el tamaño que adquiriría la figura del Che después de su sacrificio en Bolivia: “Nos sentimos hermanados con todos aquellos que, en cualquier lugar del mundo y bajo cualquier bandera, luchan contra la injusticia, la miseria y la explotación. Nos sentimos hermanados con todos los que con valentía y decisión enfrentan la voracidad insaciable del imperialismo, que con la complicidad de las oligarquías apátridas apuntaladas por militares títeres del Pentágono mantienen a los pueblos oprimidos.
Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven más extraordinaria que ha dado la revolución en Latinoamérica: ha muerto el Comandante Ernesto Che Guevara.
Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor: un ejemplo de conducta, desprendimiento, espíritu de sacrificio, renunciamiento. La profunda convicción en la justicia de la causa que abrazó, le dio la fuerza, el valor, el coraje que hoy lo eleva a la categoría de héroe y mártir...”
El punto de encuentro entre el Perón de 1967 y el Che sobresale en este párrafo de esa carta: “Su vida, su epopeya, es el ejemplo más puro en que se deben mirar nuestros jóvenes, los jóvenes de toda América Latina”. Es impresionante que Perón pudiera mirar el futuro a la distancia, porque en esos momentos Guevara era muy resistido por los sectores tradicionales del Movimiento. Sin embargo, si alguna fracción del peronismo hubiera querido hacer profesión de un antagonismo, quedaba expresamente desautorizada por el propio Perón.
El héroe colectivo que es el pueblo, se mueve cuando el objetivo es trascendente: la emancipación nacional, la soberanía popular, la justicia social, el socialismo, la Nación Latinoamericana. Perón era profundamente sanmartiniano y como el Libertador, sabía que “Sin ilusiones ni ideales los pueblos no podrían vivir”. Entendió que esa figura mítica que sería más adelante el Che, contribuiría a inflamar de coraje a todo un pueblo.

Pero Guevara también era de los que tenían la larga mirada del estratega. En carta a la madre del 20 de junio de 1955 (cuatro días después del salvaje bombardeo a la Plaza de Mayo que había dejado medio millar de muertos), Guevara se adelanta a los tiempos, califica a esos “mierdas de los aviadores que después de asesinar gente a mansalva se van a Montevideo a decir que cumplieron con su fe en Dios”, y se refiere también a los dirigentes civiles de ese intento de golpe de estado afirmando que “tirarían o tirarán -que todavía no se aclaró todo- contra el pueblo a la primera huelga seria.... matarán a cientos de “negros” por delito de defender sus conquistas sociales y La Prensa dirá muy dignamente que es ciertamente muy peligroso el que trabajadores de una sección vital del país se declaren en huelga”. Y lo fundamenta: “la Iglesia tuvo muchísimo que ver en el golpe de estado del 16, y también tuvieron que ver con eso “nuestros queridos amigos” (citando seguramente carta anterior de su madre que así califica a los norteamericanos), cuyos métodos pude apreciar muy de cerca en Guatemala”.
Una semana después de iniciado el golpe de Estado que derrocaría a Perón, Guevara vuelve sobre el tema en otra carta ("Querida vieja, 24 de setiembre de 1955): “Esta vez mis temores se han cumplido, al parecer, cayó tu odiado enemigo de tantos años; por aquí la reacción no se hizo esperar: todos los diarios del país y los despachos extranjeros anunciaban llenos de júbilo la caída del tenebroso dictador; los norteamericanos suspiraban alegrados por los 425 millones de dólares que ahora podrían sacar de la Argentina; el obispo de México se mostraba satisfecho de la caída de Perón, y toda la gente católica y de derecha que yo conocí en este país se mostraba también contenta; mis amigos y yo, no; todos seguimos con natural angustia la suerte del gobierno peronista... Aquí, la gente progresista ha definido el proceso argentino como "otro triunfo del dólar, la espada y la cruz”. Y, al final, agrega: “Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón me amargó profundamente, no por él, sino por lo que significa para toda América, pues mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos, Argentina era el paladín de todos los que pensamos que el enemigo está en el norte...”. Y hasta se permite advertir a su madre: “Gente como vos creerá ver la aurora de un nuevo día... Tal vez en un primer momento no verás la violencia porque se ejercerá en un círculo alejado del tuyo”.
Pero si algo faltara para ratificar esa perspectiva que Guevara tenía sobre el gobierno peronista, valga citar también la carta dirigida a Ernesto Sábato, fechada ya en La Habana el 12/4/60: «Sería difícil explicarle porqué... la revolución cubana no es la “Revolución Libertadora...
No podíamos ser “libertadora” porque no éramos parte de un ejército plutocrático sino éramos un nuevo ejército popular, levantado en armas para destruir al viejo, y no podíamos ser “libertadora” porque nuestra bandera de combate no era una vaca, sino en todo caso, un alambre de cerca latifundiaria destrozado por un tractor, como es hoy la insignia de nuestro INRA. No podíamos ser “libertadora” porque nuestras sirvienticas lloraron de alegría el día en que Batista se fue y entramos en La Habana y hoy continúan dando datos de todas las manifestaciones y todas las ingenuas conspiraciones de la gente Country Club que es la misma gente Country Club que usted conociera allá y fueran, a veces, sus compañeros de odio contra el peronismo».
¿Era peronista Guevara? Tanto como Perón fue guevarista.


Ernesto jauretche

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